El ejército va en el tono, lento lunar, ondulando depresiones y puntas, sosteniendo el elástico de lo humano con broches esporádicos, aferrados con inconstancia a una línea de fuga invisible. Las huestes van revelando un paisaje liado con jirones desunidos, abismando una bandada de pájaros en caída oscura, dentro de un vaso.
A su desembarco terrible, se estrella la noche contra el whisky dilatado en los cristales. Estallan los colores siniestros despojados del negro errante, y la negritud se hunde en un ocre como pis de gato célibe, se disuelve. Se calientan las visiones de los ciegos en el amiláceo fermento y la lluvia, el llanto alado de la muerte, destila caoba de antigua clepsidra, y mañas nocturnas de animales.
La postrer herida del crepúsculo afirma el canto taciturno, afirma el desvelo, que le concede el arraigo del desposeído a la noche, la paternidad de un no padre. Y la noche se aloja en el vaso con la lluvia. Un alma de alcohol horada los pulmones que no respiran, el orbe complejo se esparce como harina sobre un mármol. Para amasarlo, y deshuesarlo, y dolerlo en la noche absorbida. La opacidad es caterva que se vierte marchante sobre el cuarto, embebida en maíz y centeno y labranza. El orbe tortuoso desgarra con su lanza las membranas apócrifas de lo antaño creído, se clava, tan profundo, tan encarnizado, tan fiero y raído como la nada.
La harina se mezcla, se debate en el mármol, y salpica azulejos en su danza conchabada con manos siempre precoces. Toma forma la fécula sobre el mármol, de monstruo ciclópeo, de palabra callada. Se cosen las bocas que gritan a la noche su aura. El whisky envejece en olorosos toneles blancos hasta la reconversión que obramos paladeando su ambrosía. La lluvia es una vieja fría que rehúsa el traspaso, legionaria.
El ejército va en el tono, en la lúgubre armonía que estructura la resistencia harto cansada. La harina se transfigura siempre sobre la sombra del mármol, a la vera de su implacable vigilia. El roble cajonea invariablemente el destilado amarillo, en las catacumbas de un tiempo fragmentado. Quiero decir que el vértigo del fin asiste a lo creado, que cada ejército enfilado enhebra un nacimiento. Las cubas trepidan con el diluvio enharinado, y, aunque la reconversión obre al término de la alameda, nadan en el fermento vital el hastío y el espanto. Y de cuanto hay para sobrellevarlos, hasta que mutamos como líquido esperanto del universo, hay iguales espejos apostados, hechos siempre de mármol, cubiertos de harina y de rayos bermejos.
(matías)
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