Lo irá, en un devenir plomizo, acomodando
el tiempo,
y junto al ungüento de los días aciago irá
su lamento.
Verá de la noche el abismo, de los largos días
el tormento,
se verá despierto en un lenguaje desalmado, sin brillo
ni acentos.
Deformará-lo, la pena agonizante y la lluvia
el devenir,
en que los ires se bifurcan deshabitados, lo que llamamos
la vida.
Será espanto y congoja, el ceñimiento a sí mismo
la pesadumbre,
aquel fanal de trabajosa herrumbre, irá sombreando
la lumbre.
De niño a hombre, de hombre a solo, de solo
a muerto,
nada más tiene por cierto el hombre que lo muerto
y lo solo.
Ensayarán las legiones oscuras infinitas consumaciones durante
el ser,
aún siendo este atardecer de febrero, y estando, en sí, lejos
la muerte.
Allí acudirán como agua a la simiente el llanto y el desamparo
el vacío,
la terrible sensación de un frío, que no congela ni aclara
el camino.
Y el amor acudirá, en los pozos más hondos que haya caído
con su mano,
tembloroso guano para fertilizar valles sombríos y destinos
profanados.
Pero irá todo en un devenir plomizo acomodando,
el amor,
Trenzado como cuero con espanto, y el calor diáfano
al llanto.
Las hebras olorosas parirán, a veces, dulces pájaros
con cantos,
que no serán nunca intensos tanto como la frugal blasfemia
del murciélago.
Así la sombra abrirá una vía cavernosa de no difícil pasaje,
el abatimiento,
y el humo de otros muertos, convidarán con un viaje
hacía adentro.
Cederá el hombre agotado, rendido ante las filas del tiempo,
la noche,
rodará boca abajo en los coches del entierro, y permanecerá, inmóvil,
la luna.
viernes, 18 de septiembre de 2009
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