Hubo un hombre que era un río
Sencillamente, se disolvía en la noche
Cuando tocaba un acorde de guitarra
Un timbre de voz, cada sutil lenguaje
Se disolvía, y los ojos se le cerraban
Aunque los pianos, los pianos…
De pronto una pierna, una mano
Y allí estaba el estero de olvido
Inundando de nada el universo
El deseo abolido
La voluntad humeante como ruina
De un imperio triste y nefando
Todo disuelto
Balseando la eternidad del tiempo
En un relámpago
Oscuro, melancólico, lento, solitario
La osamenta tendida en la cama
Los jirones de un fuego
Y el goce de cierta inexistencia
Que mora la muerte
Que muere morando.
(matías)
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