Fuiste un rostro que trajo la tormenta
para los que vienen.
Voy a estar en la misma silla
con otro rostro, otras manos
y el olvido de mí en los huesos.
La noche remeda el lánguido vacío
nos separa la distancia insonora
de un golpe abierto a la oreja
de la tierra que traga al gusano
y los que vienen siendo nosotros en otro tiempo
ignoran la inquina del mundo
estas ojeras
estos cafés apagados
donde se ahogan los gritos
y nuestras pobres señales de humo, de barro.
La suma de todos los años da un hombre cualquiera
sentado a la orilla del desamparo.
Poco importa qué hago de mí ahora.
El cenicero
el vaso
los terraplenes lluviosos
el pedregal desmoronado
la esquina de antes y de nosotros
el poema que dejo tendido en una soga
y se desangra
por los hombres de ayer, los de hoy, los de mañana.
Todo cambia, con la certeza de estar permaneciendo.
Así como un dolor desgarra una mano
pero duele en todo el cuerpo,
no puede haber más dolor que un solo dolor
y ese dolor duele como todos los dolores del mundo.
Este hombre que vivo se está muriendo
todos los hombres naufragan en mi desgracia
incluso aquellos que todavía no son, o los que ya no fueron.
Por eso grito estas letras mudas.
Para trasponer el concreto de la bóveda
que es un cuerpo y un tiempo
y para que no me mutilen las infinitas muertes
que me esperan, agazapadas en el olvido
a la vuelta de cada rostro, de cada instante.
(matías)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)


No hay comentarios:
Publicar un comentario