Hay una especie de ahogo en la tierra,
De nódulo oscuro y húmedo,
Un estremecimiento de la faz
Sepultada de la historia,
Y del estrago del tiempo.
No hay légamo que atasque la palabra,
Baja hoy por un surco de amor y de ruina,
Una zanja abierta en el olvido,
Se despeña,
Parece que no tuviera fin la caída,
Y la tierra crepita, y se erizan los muertos.
Ahí van los pájaros, picoteando la greda,
Estallando los siglos,
Y bajan los pedazos de ternura,
Su niño, engominado y fresco,
Bajan el desamparo y el exilio,
Todo lo solo que un hombre pudo haber estado,
Se desbarrancan, se hunden,
Todos los dolores que un hombre pudo haber dolido.
Veo una bola de nervios, un nudo de ramas,
Indivisible,
Un fulgor, un vértigo, un viento en el rostro.
¿Hasta donde cae la muerte?
Hasta el fondo de la palabra.
Hasta el tuétano de las voces.
Hasta la semilla primera que arrojara el tiempo.
Y allí está el hijo, después de todo.
Después de tanto.
Está todo el nacimiento de todas las cosas,
No existe la muerte en la muerte,
Deja de existir cuando morimos.
Está el hijo sentado junto a una lámpara,
Refugiado de la noche profunda del sentido.
Está el hijo que espera ser abrazado.
Adelante, Juan, no tengas pudores,
Mirate los brazos, han florecido.
Podés tocar la ausencia con las manos,
Era hora de que te devolvieran el cuerpo,
La sangre, el silencio, Juan,
Vos nunca vas a estar muerto,
Me lo dijo la señora,
Te invirtieron el amor,
Hoy lo has nacido.
miércoles, 15 de enero de 2014
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