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viernes, 3 de diciembre de 2010

V

El fuego no arde tu rostro
No te moja el agua
El viento no te sacude
No te ata los pies la tierra.
La hamaca de la plaza está sola
Los soldados entonan tu melodía
La música se desarma
En la garganta de un jilguero
Que grita tu nombre
Que no es tu nombre, al fin.
Yace muda tu infancia
En un patio perdido
En las iniciales vaporosas sobre un vidrio.
Dejás puesto el cuervo a la palabra
Que a la vez te abona y te desmiente.
Tu hálito empaña cualquier lenguaje.
Sol de mediodía.
Sos tan río como un árbol
Tu madre no sabe cómo llamarte ahora.
Acaso nadie conozca tu fisonomía
Los rasgos secretos de tu semblante
Si el fuego no arde
Si el agua no moja
Y el tiempo no pasa en tus manos.
A veces creo que yo mismo te existo.
Tengo mañas de otoño y sus animales.
Acaso no seas más que en este poema
Que no es un poema, al fin.

(matías)